Algunos días te comes el mundo. Te subes a los tacones y desde allá arriba cualquier problema parece más pequeño. Te pintas los ojos y sólo ves el lado bueno. Hablas alto y cualquier cosa que dices se magnifica. El "yo puedo con todo" se convierte en una bandera que eclipsa miedos, culpas e ineptitud.
Esos días no tendrían que terminar nunca. Porque te hacen crecer el alma.
Pero se acaban. Y no sólo eso. Suelen dar paso a días peores.
Días en los que el mundo es el que te come a ti. Con papas, pimientos y si me apuras con salsa roja, que es malísima. Todo se vuelve en tu contra, los escalones son abismos y si intentas servir la sopa, se derrama entera. Eres diminuto. Pero te gustaría que nadie supieras dónde estás. Aunque, curiosamente, ese día todo el mundo te exige. Y tú apenas consigues encontrar fuerzas para pestañear. Porque te aprieta hasta la piel.
Lo mejor de estos días es meterse en la cama y cerrar los ojos.
Si sólo pudiéramos levantarnos sabiendo quién se va a comer a quién...Podríamos saber si nos vamos a caer de nuestros zapatos o si andaremos a un palmo del suelo. Y al menos escogeríamos mejor nuestro calzado.
By Ana Brossa.
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