La tía siempre quiso mirarse dentro de esos ojos verdes, cada noche los perseguía en sueños; hasta que un día el Universo cansado de sus suplicas, los puso delante de ella. Desde ese día, la tía creyó en los milagros, en los ojos verdes, en las manos ajenas enredadas en su cabello, en el beso francés; creyó en él, pero sobre todo, creyó en ella. Y tanto creyó en ella, que el milagro de ojos verdes salió corriendo cuando descubrió que la tía con su confianza desbordada podía convertirse en lo que le diera la gana, era salvaje o apasible como tarde de verano a la sombra, por momentos parecía una niña de amplias caderas y al otro hablaba como si hubiese leído todos los libros de cien bibliotecas; qué podía hacer aquel hombre, sino salir corriendo, antes de amarla completa o a pedazos. Cuando se fue, la tía se quedó sin entrañas, enloqueció por un momento y pensó en mil y tres maneras de traerlo de nuevo, pero la lucides volvió a su rostro y a su cabeza e hizo lo que tenía que hacer, dejar ir esos ojos verdes, no pensar más en él y dejar que ellos fueran los que quisieran volver.
Miss Caffeina.